¿Sabías que el simple acto de sostener el abanico podía comunicar un amor profundo o un ataque de celos? La diferencia entre estos extremos estaba en el movimiento y orientación que se hiciera con el complemento, el cual permitía ahorrar palabras valiosas e indiscretas.
Sin duda, el lenguaje del abanico no deja de ser un lenguaje y, como tal, está siempre en proceso de cambio. Su diccionario de señas es amplio y complejo, con interpretaciones distintas que los autores experimentados y versados en la materia han recogido en sus libros.
La popularidad del abanico español entre los siglos XVIII y XIX abrió la puerta a un nuevo y desconocido universo de gestos y movimientos que las mujeres utilizaban para expresar sus más sinceros sentimientos. Estos sentimientos estaban dirigidos sobre todo a los hombres.
Pero el abanico no era el único instrumento que servía para hablar sin palabras. También se optaba por complementar la gestualidad del abanico con miradas y leves inclinaciones. Incluso se jugaba con la velocidad con que se agitaba el accesorio para indicar un sí o un no.
Toda esta gama de señas se sumaron al lenguaje del abanico con el paso de los años, en el seno de una sociedad selecta que la campiología aún estudia e interpreta. Pintores famosos como Goya y Sorolla también plasmaron en sus cuadros la sutileza femenina tras el abanico.
Cuando el abanico europeo quedó reducido al uso de la mujer, siglos después de que ciertos comerciantes portugueses trajeran el accesorio directamente desde el lejano Oriente, se fue creando un lenguaje propio y amplio que bien podría haber sustituido las nuevas tecnologías.
Este código secreto circulaba de la dama al varón y no al revés. Con gestos e inclinaciones se buscaba comunicar una emoción secreta que los familiares de la mujer no debían conocer. Este pensamiento podía ser positivo o negativo y solía dirigirse a enamorados y pretendientes.
Con leves inclinaciones del abanico cerca del rostro, una mujer española podía aceptar el cortejo de un hombre o rechazarlo, pedirle que se marchara o sugerirle que se acercara más. El lenguaje del abanico llegaba a tal sofisticación que incluso se podía proponer una cita.
El lenguaje seductor, sutil y liberador que proporcionó el abanico siglos atrás ha dejado un legado de palabras que no necesitan pronunciarse. Por ejemplo, entregar el abanico cerrado a un hombre era una manera de preguntarle si sentía amor por ella o rechazaba su interés.
También podían indicarse sentimientos muy pasionales a un enamorado de forma secreta. El acto de ocultar la mirada tras el abanico era como se expresaba el amor de una mujer hacia un hombre. Otra forma para comunicar lo mismo era mover el abanico junto a la mejilla.
Pero las pequeñas sutilezas podían transformar los mensajes en manifiestas declaraciones. Bastaba abanicarse con mucha rapidez para comunicar el deseo que se tenía por alguien, mientras que dejar caer el abanico al suelo era una manera de expresar la lealtad y devoción.
Veamos cómo se interpretaban otros gestos positivos dentro del lenguaje del abanico.
Las mujeres que querían comunicar a una persona que siempre está pensando en ella optaban por apartarse el pelo o el flequillo con la ayuda del abanico. No obstante, si apoyaban el abanico en el corazón se expresaba al hombre afortunado el amor profundo que sentía por él.
Si una dama quería preguntarle a alguien cuándo podían verse a solas se cerraba el abanico y se tocaban los ojos. Para pedir a alguien que la esperara se abría el abanico y se enseñaba. Por último, apoyar el abanico en los labios servía para pedir un beso a alguien.
Sin embargo, no todo el lenguaje del abanico era cordial y amoroso. Muchos gestos, inclinaciones y movimientos que se hacían con este accesorio podían indicar los malos deseos, la negativa a una propuesta, los insultos o el completo desinterés por un pretendiente.
Veamos cómo se interpretan las señas negativas dentro del lenguaje del abanico.
Las mujeres que querían rechazar los avances de un pretendiente, podían hacerlo abriendo y cerrando el abanico muy despacio para comunicar que están casadas. Si el rechazo era por un compromiso con otra persona, entonces el abanico se cerraba y abría rápidamente.
La abertura y cierre del abanico era una seña sutil con la que se tenía que ser cuidadosa, ya que hacerlo de forma rápida y contundente era una forma de decir que no a alguien. Otra forma de negar una propuesta era apoyar el abanico cerrado en la mejilla izquierda.
Había mensajes mucho más amargos e hirientes. Cuando una mujer se cubría la cara con el abanico abierto se decía al pretendiente que este no le gustaba. Si el objetivo era pedirle a alguien que le olvidara, la mujer tenía que sujetar el abanico recto utilizando las dos manos.
Los enfados también tenían su propio diccionario en el lenguaje del abanico. Cuando una mujer usaba el accesorio cerrado para darle un golpe a un objeto, se indicaba al enamorado que estaba impaciente, mientras que dar el abanico a la madre era presagio del fin de la relación.
La plena integración del abanico en la alta sociedad supuso un antes y después a la hora de comunicarse secretamente entre personas. Con el desarrollo del lenguaje del abanico, este complemento dejó atrás su practicidad y pasó a convertirse en el reflejo de los sentimientos.
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